Si la fe en el hombre está viva y sana, entonces ella no se
limita a un frío reconocimiento de que Dios existe, sino que se expresa en el
deseo de comunicarse con Él. El alma creyente busca a Dios de una manera natural,
como las plantas buscan el Sol. A su vez, la comunicación viva con Dios
fortalece aun más en el hombre la fe, así que la fe se convierte en la
dirección espiritual basada en la experiencia personal. En algunas personas,
especialmente llenas de gracia, la fe se convierte en una idea inspiradora y
portadora de luz, que los lleva de este mundo agitado y de pecado al montañoso
mundo de la verdad perpetua. Entre estas personas están los santos: Sergio de
Radonezh y Serafin de Sarov, Juan de Kronstadt, Germán de Alaska y otros como
ellos.
El importancia de la fe en el desarrollo del hombre consiste
en que ella le da la dirección necesaria a todas sus fuerzas espirituales, a su
inteligencia, a sus sentimientos y a su voluntad, y también lleva armonía a su
mundo interior. Así, por ejemplo, a la inteligencia le da claridad y una
correcta concepción del mundo; a la voluntad, le da un punto de apoyo y un
objetivo; a los sentimientos, los ennoblece y los limpia. La fe aparta al
hombre de los bajos intereses terrenales y lo lleva al dominio de los más altos
y santos sentimientos vivos.
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