Nuestro problema radica en que
miramos a los mandamientos de manera negativa. En nuestras mentes son meras
prohibiciones, pero no lo son. No encontramos fallas o errores cuando un
inventor nos explica como manejar su invento. ¿Quién mejor para saber como funciona
una máquina que el propio inventor? Para la mayoría de nosotros lo lógico es
que sea él y aceptamos las indicaciones y la garantía, siempre y cuando las
indicaciones sean seguidas adecuadamente.
Esto es exactamente lo que Dios
ha hecho al darnos los mandamientos. No son imposiciones, que le hacen hincapié
a Su criatura de su posición subordinada. Los mandamientos, dados por el Padre
en el Antiguo Testamento y por Jesús en el Nuevo, son solamente indicaciones
del Creador que nos dice que los seres humanos, creados por Él, son más
felices, saludables y están más contentos cuando siguen las directrices de su
Creador.
El Padre sabe en qué condiciones
maduran y crecen nuestras almas. Sabe cuáles son las mejores cosas para
combatir nuestras debilidades. Sabe también cuáles son los pasos a seguir para
evitar los obstáculos que el enemigo pone en nuestro camino. Pero sobre todo,
sabe cómo deben ser purificadas y transformadas nuestras almas para que podamos
estar en Su presencia un día y no terminen siendo aniquiladas.
Las Escrituras están llenas de
revelaciones que nos dicen como el Padre quiere que pensemos y actuemos en toda
circunstancia. Nuestro problema está en que, conocer la voluntad de Dios está
en las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Primero, debemos decir
que los mandamientos son parte de la voluntad de Dios. No hay duda aquí sobre
lo que quiere de nosotros. Las pruebas de la vida diaria, el mal, el
sufrimiento, etc., son parte de lo que Dios permite como Su voluntad.
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