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El Espíritu De La Verdad Dios Es Nuestro Salvador


Hemos citado varias veces las palabras de Jesús, que en discurso de despedida dirigido a los Apóstoles en el Cenáculo promete la venida del Espíritu Santo como nuevo y definitivo defensor y consolador: 'Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque le ve ni le conoce' (Jn 14, 16-7). Aquel 'discurso de despedida', que se encuentra en la narración solemne de la última cena (Cfr. Jn 13, 2), es una fuente de primera importancia para neumatología, es decir, para la disciplina teológica que se refiere al Espíritu Santo. Jesús habla de Él como del Paráclito, que 'procede' del Padre, y que el Padre 'enviará' a los Apóstoles a la Iglesia 'en nombre del Hijo', cuando el propio Hijo se vaya, 'a costa' de su partida mediante el sacrificio de la cruz.

Hemos de considerar el hecho de que Jesús llama al Paráclito el 'Espíritu de la verdad'. También en otros momentos lo ha llamado así (Cfr. Jn 15, 26; Jn 16, 13).

Tengamos presente que en el mismo 'discurso de despedida' Jesús, respondiendo a una pregunta del Apóstol Tomás acerca de su identidad, afirma de sí mismo: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida' (Jn 14, 6). De esta doble referencia a la verdad que Jesús hace para definir tanto a Sí mismo como al Espíritu Santo se deduce que, si el Paráclito es llamado por Él 'Espíritu de la verdad', esto significa que el Espíritu Santo es quien después de la partida de Cristo, mantendrá entre los discípulos la misma verdad, que Él ha anunciado y revelado y, más aún, que es Él mismo. El Paráclito, en efecto, es la verdad, como lo es Cristo. Lo dirá Juan en su Primera Carta: 'El Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad' (1 Jn 5, 6). En la misma Carta el Apóstol escribe también: 'Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error 'spiritus erroris'' (1 Jn 4, 6). La misión del Hijo y la del Espíritu Santo encuentran, están ligadas y se complementan recíprocamente en la afirmación de la verdad y en la victoria sobre el error. Los campos de acción en que actúa son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y error es el primer momento de dicha actuación.

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