(Juan 15:1-17; Josué 1:5-9; Eclesiastés 11:9-12:1)
Jesucristo nos invita a estar unidos a Él, así como él lo
está a nosotros: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no
puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí" (v. 4). Es una invitación con promesa:
"Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo
que queráis y os será hecho" (v. 7). Él nos amará con verdadero amor:
"Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi
amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Este es mi
mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado" (vv.
9,10,12). Este verdadero amor genera una verdadera amistad: "Nadie tiene
mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos si hacéis lo que yo os mando" (vv. 13,14).
Es por eso que podemos afirmar con toda certeza que
Jesucristo es nuestro mejor amigo, el único que fue capaz de dar su vida por
nosotros, siendo aún pecadores.
Sólo nos pide una condición: hacer su voluntad
(v. 14). La verdadera amistad demanda amor y obediencia. No se puede amar sin
que eso implique fidelidad, obediencia. El amor no debe ser fingido, éste debe
ser sincero, sin hipocresías. De ahí que el fruto del verdadero amor es la
verdadera amistad.
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