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Anunciando el Reino de Dios

Como buen israelta, Jesús fue educado por sus padres con esta idea del Reino o del reinado de Dios, en su mente y en su corazón; y a medida que su fe y su relación con su Padre se fueron haciendo más profundas, esta idea se aclaró y se profundizó en su mente y en su corazón, y él mismo se sintió enviado a anunciarla a todos los que quisieran escucharlo.

La mayor originalidad de Jesús en su predicación, es precisamente ésta: Jesús es el único profeta judío que afirmó, con absoluto convencimiento, que el Reinado de Dios, anunciado y la salvación que éste implica, no es una mera promesa, sino una realidad. Y todavía más, que él mismo – Jesús – es el encargado de hacerlo presente y actuante. Recordemos lo que sucedió en la sinagoga de Nazaret:


“Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazareth, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. 

Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. 

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: “Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy”. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. ” (Lucas 4, 14-22)

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