En este puñado de tierra que son nuestras pobres personas
–que somos tú y yo–, hay, amigo mío, un alma inmortal que tiende hacia Dios, a
veces sin saberlo: que siente, aunque no se dé cuenta, una profunda nostalgia
de Dios; y que desea con todas sus fuerzas a su Dios, incluso cuando lo niega.
Esta tendencia hacia Dios, este deseo vehemente, esta
profunda nostalgia, quiso el mismo Dios que pudiéramos concretarla en la
persona de Cristo, que fue sobre esta tierra un hombre de carne y hueso, como
tú y como yo. Dios quiso que este amor nuestro fuese amor por un Dios hecho
hombre, que nos conoce y nos comprende, porque es de los nuestros; que fuera
amor a Jesucristo, que vive eternamente con su rostro amable, su corazón
amante, llagados sus manos y sus pies y abierto su costado, que es el mismo
Jesucristo ayer y hoy y por los siglos de los siglos.
Llamados a ser verdaderos amigos
Pues ese mismo Jesús, que es perfecto Dios y hombre
perfecto, que es el camino, la verdad y la vida, que es la luz del mundo y el
pan de la vida, puede ser nuestro amigo si tú y yo queremos. Escucha a San Agustín,
que te lo recuerda con clara inteligencia con la profunda experiencia de su
gran corazón: sería amigo de Dios si lo quisiera.
Pero para llegar a esta amistad hace falta que tú y yo nos
acerquemos a El, lo conozcamos y lo amemos. La amistad de Jesús es una amistad
que lleva muy lejos: con ella encontraremos la felicidad y la tranquilidad,
sabremos siempre, con criterio seguro, cómo comportarnos; nos encaminaremos
hacia la casa del Padre y seremos, cada uno de nosotros, otro Cristo, pues para
esto se hizo hombre Jesucristo: Dios se hizo hombre para que el hombre se
hiciera Dios
Mucho más que un conjunto de normas
Pero hay muchos hombres, amigo mío, que se olvidan de
Cristo, o que no lo conocen ni quieren conocerlo, que no oran y no piden en
nombre de Jesús, que no pronuncian el único nombre que puede salvarnos, y que
miran a Jesucristo como a un personaje histórico o como una gloria pasada, y
olvidan que El vino y vive para que todos los hombres tengan la vida y la
tengan en abundancia.
Y fíjate que todos estos hombres son los que han querido
reducir la religión de Cristo a un conjunto de leyes, a una serie de carteles
prohibitivos y de pesadas responsabilidades. Son almas afectas de una singular
miopía, por la cual ven en la religión tan sólo lo que cuesta esfuerzo, lo que
pesa, lo que deprime; inteligencias minúsculas y unilaterales, que quieren
considerar el Cristianismo como si fuera una máquina calculadora; corazones
desilusionados y mezquinos que nada quieren saber de las grandes riquezas del
corazón de Cristo; falsos cristianos, que pretenden arrancar de la vida
cristiana la sonrisa de Cristo. A éstos, a todos estos hombres, querría yo
decirles: venid y veréis, probad y veréis qué suave es el Señor.
Dios quiere nuestra alegra La noticia que los ángeles dieron
a los pastores en la noche de la Navidad fue un mensaje de alegría: Vengo a
anunciaros una gran alegría, una alegría que ha de ser grande para todo el
mundo: que ha nacido hoy para vosotros el Salvador, que es Cristo nuestro
Señor, en la ciudad de David.
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