Dios está muy decidido a enseñarnos a ver. Para hacerlo posible, nos dio al Espíritu
Santo como tutor. El plan de estudios
que utiliza es muy variado. Pero la
clase a la que todos podemos asistir es el mayor de todos los privilegios del
cristiano: la adoración. Aprender a ver no es el propósito de la
adoración, pero sí un maravilloso efecto secundario.
Aquellos que adoran en espíritu y en verdad –como dije Juan
4:23-24- aprenden a seguir la guía del Espíritu Santo. Su ámbito es llamado el reino de Dios. El trono de Dios, que se establece enlas
alabanzas de su pueblo [Salmo 22:3], es
el centro de ese Reino. Es en el
ambiente de adoración que aprendemos cosas que van mucho más allá de lo que
puede captar nuestro intelecto [Efesios 3:20], y la más grande de estas
lecciones es el valor de su Presencia.
David lo sentía de tal forma que todas las demás cosas que había
logrado, empalidecían en comparación con la entrega de su corazón ante
Dios. Sabemos que él aprendió a ver en
el interior del ámbito de Dios por frases como:
“Siempre a
tengo presente al Señor; con él a mi derecha, nada me hará
caer” Salmo 16:8 NVI La presencia de
Dios influía en su visión. El practicaba
constantemente el reconocimiento de la presencia de Dios. Veía a Dios diariamente, no con sus ojos
naturales, sino con los de la fe. Esta
preciada revelación fu dada a un adorador.
El privilegio de la adoración es un buen lugar para
comenzar, para aquellos que no están acostumbrados a tratar algunos de estos
temas que se encuentran en la Biblia. Es
en tan maravilloso ministerio que podemos aprender aprestar atención a ese don
dado por Dios: la capacidad de ver con el corazón. A medida que aprendamos a adorar con corazón
puro, nuestro ojos continuarán abriéndose.
Y veremos lo que Él desea que veamos.
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